Desde el vasto silencio
despertó la aurora
en un remolino de cenizas cósmicas
el Hacedor de los Milagros
generó un día
Sueño Azul de las estrellas
preñado en forma de roca
desde donde tomó sus colores ígneos
que después a los siglos de los siglos
creó transformándola en razones de alas,
de patas, de ojos, de sangre
y de agua.
Sembró uno a uno
la levedad de su canto celeste
armonía entre lo vivo y no vivo
desde la luz a las sombras
y colocó a los astros de testigo de la gloria.
Después de otro suspiro meditabundo
formó una amalgama levantándola
sobre dos pies desnudos, lengua, canto
oído y ojos de asombro
dándole potestad de sellar en nombre
cada elemento nacido de la magnificencia
y la cual a milenios de existencia
aún no concluye de contar los colores
y las formas de los seres y las piedras,
menos concluye de comprender su legado
y su herencia
y es que todo al final es uno
nada está fuera de aquí
ni lejos de ella
y así trashumante avanza desde su levedad
a comprender el infinito milagro
depositado en el centro de una semilla
a comprender la infinita concepción de la materia.
Cuando la noche al fin cierre sus ojos
despertará en definitiva la Nueva Alborada.