PALABRA DE LUZ Y VIDA

El alimento que debemos comer.

Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo” ( Juan 6:33 ).
Comprender la inmensidad de ese mensaje de una verdad irrefutable ,como cristianos te debes poner a meditar en la profundidad de cada palabra que nos revela la grandeza primero, del amor de Dios y de como al final nosotros debemos encontrarlo en la suma de todo lo donado que es su mismo hijo para alimento de nuestra hambre espiritual.
Decirlo sin dudas es más fácil que comprender del todo y practicarlo en la vida cada día, comprneder que sin ese alimneto único y verdadero no alcanzamos misericordia divina , solo conociendo esa verdad única podemos quizás ver en algo el poder de su gloria aquí en la Tierra, más aún en estos convulsionados tiempos en que vivimos, donde desafortunadamente el hombre por ir buscando en otros lados el alimento espiritual ha torcido su camino y nos está sumiendo en una incertidumbre global que no quisieramos vivir.
Sin embargo siempre tenemos esta posibilidad ddde volver a remirar , de volver a caminar ,el sendero correcto, buscando ese alimento que nos nutrirá efectivamente y nos llenará de saciedad amorosa , para un nuevo comienzp, una nueva renivación, que así como semilla nueva podamos volver a renacer.
El único pan, el único alimento que busca sin saciar este mundo de hoy , es la respuesta única Nuestro Señor Jesucristo, quien nos colma con ese alimento vivo que nos permitirá reencontrar lo perdido, reencontrar esa chispa imperecedera, que nos lleva hacia la real conversión.

Lo dijo El y lo sigue repitiendo cada día.:Por eso Jesús se llamó a sí mismo “el pan de vida” ( Juan 6:35 ) y dijo: “el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo” ( Juan 6:33 ).

Es una promesa viva que tenemos para seguir alimentándonos en plenitud.

Éstas son las “preciosas y grandísimas promesas” ( 2 Pedro 1:4 ) que están diseñadas para nutrir nuestras almas.

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CON FE LA PALABRA COMPRENDER.



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El silencio es el fondo de la palabra, sin él la palabra se diluye, se confunde y como que no existe. Sólo se escucha bien la palabra que penetra, la que se hiende en el corazón a través del silencio.

El silencio toca la raíz de uno mismo y se siente uno sobrecogido por ese inesperado estremecimiento de la hondura, casi olvidada e inadvertida. El silencio crea la capacidad de resonancia profunda. Y allí la palabra nos puede herir, despertar las zonas más lejanas e intactas de nuestro corazón; y dispara la inercia, las energías dormidas que, sin darnos cuenta, llevamos escondidas.
Desde el silencio la palabra nos devuelve la vida, el amor, todo el cariño y toda la ternura y nos arranca las íntimas sorpresas, y nos trae el secreto oculto allá dentro.

A la distancia que crea el silencio, la palabra nos llega sazonada y sonora. Ahí, callando, se percibe el seno del cobertizo, el seno de la palabra, el seno que acoge la presencia de un niño. Lo demás es secundario, ni se ve tan siquiera, porque lo que nos trae el niño, lo que queremos escuchar es la Palabra, que es lo que nos retiene e interesa. No hay por qué fijarse en otras cosas.

La atención alerta no oye más que la palabra; como que los ojos, los oídos, la sensibilidad, se han despegado de todo lo demás. Avanza uno como hacia la palabra en el silencio a través de un callar y acallar. El silencio nos empuja, el silencio se bebe, se respira, se absorbe.

El don del silencio nos puebla de vida y nos hace campo sembrado de palabra fecunda.

El ruido nos pone delante de nosotros mismos, nos saca de quicio. Pero el silencio recobra nuestro sitio, nuestro ser real.  Como que vivir desde el silencio es vivir desde sí mismo, desde lo concreto y real, lejos de cualquier ilusión.

El ruido, nos deja extenuados en su ir y venir contradictorio; el ruido nos fractura y nos quiebra y nos tritura.

El silencio nos da la palabra que regenera y da vida.

Fr. Moratiel 


***************************************************************  APRENDAMOS A RECIBIR CON FE LA PALABRA.




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