Atardece en el campo, bajo el manzanal, se viene el recuerdo , de la niña que se columpia en la arboleda ,
sintiendo el olor de los manzanos , su carne madura entrega su dulzor por toda
la tierra, abajo los pequeños cerdos corren a comer la fruta, que ella le va
entregando desde los canastos maduros de las ramas de los manzanos.
Mira a lontananza a través de las
hojas de los tupidos árboles , en realidad es una excusa que usa cada tarde
para vigilar el horizonte , allá por los tranqueros , a ver en qué rato aparece
en el paso el sombrero gris del abuelo , emponchado en una manta de lana
plomiza , que resalta sobre los pastizales del predio.
Así mientras hila sueños azules
con los cantos de los zorzales y lejanas cachañas, la niña sigue observando y
apenas atisba a quien se asoma en la tranca , se baja sin sentir el raspado de
la dura corteza del manzano y sale disparada al encuentro, mientras grita :¡Ya
viene el abuelo!
Ella parece volar entre los
largos pastos, poco se ve le asomar , a la carrera su pelo negro ondea al
viento , el abuelo le sonríe con esa risa mágica
que le hace pensar que es un hado venido del bosque a convidarle algo
sustancioso, la reliquia de una cosecha, que siempre ella es la primera en ver como: moras, callampas, changles y los huevitos pardos de perdiz.
Detente ahí-Antigüita- le dice
el abuelo- traigo cosas buenas e increíbles y ella se detiene en seco y espera
con el corazón latiendo a mil y la llama del amor abrazando al viejo hombre
encanecido y curtido de los años que lo admira ahora, como ese gran cacique que
ha visto en alguna pintura, con su semblante tostado y duro, sus brazos
fornidos y sus pies desnudos besando la tierra.
Entonces él, despliega la manta
sobre el suelo y le hace entrega de su cosecha del día, la niña abre sus ojos incrédulos-
¡huevitos azules! - grita -¡ que cosa más linda abuelito!-el anciano sonríe
otra vez y dice - la señora perdiz te los comparte, no todos porque en su nido
quedaron muchos. El asombro la mantiene quieta tomando temblorosa esos regalos
y los besa con ternura, sintiendo el temblor de la vida entre sus pequeñas
manos.
El abuelo está contento, ha
entregado a la niña sus obsequios y ella le besa el rostro y lo abraza, en
gratitud, mientras hace un bulto con las cosas, la toma en brazos y le dice, en
la casa te daré otro regalo.
La niña no resiste a su espera-¡
por favor ,entrégamelo ahora!- él accede y desde su bolsillo saca algo , luego abre la mano y lo deja ver , un escarabajo de bosque que reluce mil
colores a la luz, la niña cae extasiada en un solo grito, le dice: -¡abuelo has
traído el arcoíris del cielo, has conseguido la luz del sol!
La noche cerrará sus ojos y la
niña no descansa, en su mente brillan los huevos azules y en sus manos el
escarabajo se duerme con ella, mañana debe devolverlo a la tierra, mientras
sigue observando como la luz del cielo se enciende con los rayos de la luna
llena...lo deja en la ventana para verlo mejor, al otro día comprenderá que él
se ha ido, por vez primera supo que ellos tenían alas y que en las noches
volaban.
Ella no lloró y ayer como hoy por su corazón vibrante y al paso de los años , la niña sigue contando huevitos azules y volando cada noche en el rayo de luz que deja la cantauria.
Meulen/2025
Ternura poética pura tiene tu prosa, Meulen, humedece los ojos, enciende la mirada... Bravo una vez más!!
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