martes, 9 de septiembre de 2025

El dulzor de las pinatras.

                                  

Despertaba la mañana como cada día en la estación estival, los primeros rayos de sol alimentaban los retoños de cada rama , en el celeste del horizonte van y vienen las torcazas , que pasaban a descansar de su viaje de montañas a nuestros hualles , o quizás a alimentarse de los frutos silvestres que se aferraban a sus manazas del roble como perezosos, que se mantienen en un hilo apegados en las ramas.

Me tocaba ser la portadora de las municiones , que los niños varones habían preparado con tuercas y largos palos de colihues secos, además que llevaba una bolsa para traer el botín.

La tía nos prohibía que fuéramos solos al monte, pero como niños que éramos urdimos la manera de salir a escondidas de la casa ,como que íbamos al río a bañarnos cuando en verdad nos fuimos al bosque, llevábamos a cuesta al más pequeño, para que no dijera nada.

Una vez en el monte comenzaba la batalla, entre olores de los humedales cercanos, los cantos de los huilques y los árboles que nos recibían, como que no muy contentos con nuestra presencia , pero nosotros vimos la mesa servida entre las ramas verdosas parecían fruteras llamándonos a comer, entonces empezó el combate, los palitroques volaron con su cabezas de hierro para tronar a los palos llenos de jugosas pinatras , de aquí y allá recorríamos en la cosecha y corríamos como locos, antes que nos pillaran ,los pies descalzos sintiendo en nada las espinas y el rumor del viento que se agitó en torbellino sobre la floresta , entonces fue un grito ensordecedor que nos volvió a la realidad.

Los árboles gigantones parecían reírse a carcajadas y había un herido en la batalla, el más pequeño se le cayó un palo tuerca sobre la cabeza causándole una herida, sentí un frío por mi espalda que me dejó tiesa en medio del bosquecillo y entonces esos grandotes que parecían reírse aún más fuerte y al sentir el tronar de la tierra entre sus oquedades desconocidas ,entonces hui con desespero del bosque saltando las cercas como cabrita huyendo de un puma , no sabía que me dolía más , las rajaduras de mis piernas o los coscorrones que me daría la Nana cuando lleguemos a casa, más nunca cambiaría por nada el sabor tan dulce de las pinatras haciéndose jugo en mi boca de niña acostumbrada al placer de los manjares que la tierra viva nos regalaba.

Meulen/2025.-

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