
Despertaba la mañana como cada
día en la estación estival, los primeros rayos de sol alimentaban los retoños
de cada rama , en el celeste del horizonte van y vienen las torcazas , que
pasaban a descansar de su viaje de montañas a nuestros hualles , o quizás a
alimentarse de los frutos silvestres que se aferraban a sus manazas del roble
como perezosos, que se mantienen en un hilo apegados en las ramas.
Me tocaba ser la portadora de las
municiones , que los niños varones habían preparado con tuercas y largos palos
de colihues secos, además que llevaba una bolsa para traer el botín.
La tía nos prohibía que fuéramos
solos al monte, pero como niños que éramos urdimos la manera de salir a
escondidas de la casa ,como que íbamos al río a bañarnos cuando en verdad nos
fuimos al bosque, llevábamos a cuesta al más pequeño, para que no dijera nada.
Una vez en el monte comenzaba la
batalla, entre olores de los humedales cercanos, los cantos de los huilques y
los árboles que nos recibían, como que no muy contentos con nuestra presencia ,
pero nosotros vimos la mesa servida entre las ramas verdosas parecían fruteras
llamándonos a comer, entonces empezó el combate, los palitroques volaron con su
cabezas de hierro para tronar a los palos llenos de jugosas pinatras , de aquí
y allá recorríamos en la cosecha y corríamos como locos, antes que nos pillaran
,los pies descalzos sintiendo en nada las espinas y el rumor del viento que se
agitó en torbellino sobre la floresta , entonces fue un grito ensordecedor que
nos volvió a la realidad.
Los árboles gigantones parecían
reírse a carcajadas y había un herido en la batalla, el más pequeño se le cayó
un palo tuerca sobre la cabeza causándole una herida, sentí un frío por mi
espalda que me dejó tiesa en medio del bosquecillo y entonces esos grandotes que parecían reírse aún más fuerte y al sentir el tronar de la tierra entre sus
oquedades desconocidas ,entonces hui con desespero del bosque saltando las
cercas como cabrita huyendo de un puma , no sabía que me dolía más , las
rajaduras de mis piernas o los coscorrones que me daría la Nana cuando
lleguemos a casa, más nunca cambiaría por nada el sabor tan dulce de las
pinatras haciéndose jugo en mi boca de niña acostumbrada al placer de los
manjares que la tierra viva nos regalaba.
Meulen/2025.-
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